Ella cree y no cree
Nechi Dorado
Ilustración: “Colibrí”, obra de la artista visual argentina Beatriz Palmieri
Ella va por la vida con paso cansado arrastrando penas y alegrías,
portando como autodefensa permanente una sola arma bien cargada,
prolijamente controlada como para que nunca falle si hace falta: su
sonrisa.
Ella cree que hay castigos y no juicios pero no cree en dioses ni en
demonios aunque crea que algo, más allá de lo tangible, puede andar
circundando cada momento que transcurre mientras el tren de la vida
tritura guijarros con dirección efectiva entre las vías.
Ella sabe que hay gente que se viste con piel de cordero pero es lobo
feroz. Y sabe que existen flores y también, plantas carnívoras pero no
cree que devoren hombres, sino insectos.
Cree en entelequias pero no cree en perfecciones aunque jamás
profundizó en esquemas filosóficos.
Ella cree que hay noche y que hay día, que hay luna, hay sol y que hay
estrellas. Que hay amor y que hay odio, que hay bien y hay mal. Que
hay sinceridad e hipocresía.
Ella no cree que lo blanco siempre es bueno o que lo negro,
indefectiblemente, es malo; ella no cree en estigmatizaciones aunque
sabe muy bien que sí, existen.
Ella anda sola aunque a su lado caminen montones de personas, siendo
esa soledad su amiga inseparable por esas cosas tan extrañas de los
andares. No acostumbra pedir, rogar y mucho menos suplicar, trata de
ser racionalmente irracional, o quizás, irracionalmente racional aunque
en realidad cree que no lo ha logrado, todavía.
Podrá parecer extraña, misteriosa, trashumante, pero yo miro sus ojos
y leo en ellos como
quien dirige su mirada a un libro abierto. Y conozco
su pena, la última, la más desgarradora entre otras no menos
desgarrantes. La que le permitió deducir, sin tanto esfuerzo, que una
gran pena arruina, muchas veces, a la más bella alegría. Lo aprendió
como quien asimila una lección dictada a cachetazos un día en que
frente al mar se le ocurrió contarme que ella cree y no cree cuando se
trata de diferenciar a la vida de la muerte.
Me contó que hubo una vez en la que un pequeño colibrí le susurró al
oído antes de emprender un viaje hacia la nada.
-Mi pequeño colibrí, me dijo ella:
-Fue una mañana de aquellas que uno no quisiera sufrir de ningún
modo. Quedó como tatuada a fuego sobre los jirones de un alma
incinerada, que era mía.
-Fue una mañana
de esas en las que como frente al golpe artero de
un hachazo, se derrumbaron esperanzas amasadas.
-Mi pequeño colibrí alzó su vuelo incierto, no se, rumbo a cualquier
estrella de fuego. Voló con la fuerza de un águila imparable
rumbo a algún pozo insondable que no estaba abierto, en mis sueños.
-Ni imaginado siquiera. Y siguió contándome:
-Mi pequeño colibrí alzó su vuelo confundido entre nunca de olvidos y
siempre de recuerdos. Y ya no pude verlo, ¡tan alto que voló y yo lo
esperaba con mis
brazos abiertos, ensayando caricias para darle, ni bien
llegara a este mundo tan complejo!
-No me dejó mecerlo. Tampoco pude cantarle alguna nana tal como
hiciera mi abuela cuando me acunaba entre sus brazos tiernos.
-Mi pequeño colibrí alzó algún vuelo dislocado, errante, abandonado
de mi mano, en la que hoy falta la suya.
-Y yo, -¡tan fuerte yo, según me creen! No fui capaz de seguir ese
vuelo, tan solo quedé observándolo de lejos, paralizada, inmóvil,
enredada en una nube de pánico asfixiante.
-Y él, tan pequeño, indefenso,
solitario, pudo cargar en su piquito de oro
un trozo del alma rota, que era mía.
-¡Tan solo estaba mi pequeño colibrí! ¡Tan solo estaba! que alzó su
vuelo eterno sin darme tiempo, siquiera, para entregarle un beso.
Apenas pude bañarlo con mi llanto.
-Se alejó dejándome los ojos oxidados, el corazón sangrando casi
yermo y esta tristeza infinita que no cesa, anclada en mis sentidos.
-Por eso creo y no creo, dijo ella, porque no encuentro explicación
cuando de los ojos brotan lágrimas y alguien dice que apenas si son
pruebas a las que debés aceptar, ser sometido.
-Es entonces, amiga mía, continuó diciendo, cuando tu alter ego se
formula mil preguntas que nadie habrá de poder responder de ningún
modo. Sin embargo, pese a todo, sigo creyendo que es ilusorio que los
conejos vivan en el estómago de las galeras. Pero no creo que el sol
pretenda clandestinizar a gritos a la luna.
nechi.dorado@gmail.com